En el momento político actual del Ecuador, el establishment está cosechando lo que ha sembrado en los últimos 50 años. Luego de la presidencia del Dr. Camilo Ponce, en la cual se dio mucho énfasis a la educación sin distingo y a la penetración de la cultura a todos los estratos, emergió como hito político del siglo 20 el Dr. José María Velasco Ibarra, al asumir su cuarta presidencia en 1960.
Ponce ya había distinguido rasgos populistas en la actuación del “Profeta”, de quien fue su ministro de Gobierno, los cuales serían académicamente demostrados cuarenta años después, en un riguroso estudio, por Oswaldo Hurtado, también ex Presidente de la República. Las campañas presidenciales de Velasco terminaban con triunfos arrasadores en las urnas y en todas menos en su tercera presidencia, terminaron con golpes de Estado y exilio forzoso. Pero es el tiempo en que le tocaba gobernar, cuando estaba más preocupado por los arreglos políticos que le ayuden a mantenerse en el poder, que Velasco cultivó sistemáticamente el irrestricto apoyo de las masas a tesis salidas de su propio seno, sin importar su coherencia política ni su factibilidad, en una peligrosa dramatización de los peores miedos de Ortega y Gasset.
En lo posterior, Carlos Guevara Moreno y su exaltación y elevación de las masas organizadas alrededor de su partido, Concentración de Fuerzas Populares, CFP, el propio Velasco Ibarra con su movimiento que murió con el y las tres más representativas encarnaciones de salvadores populares con discursos poco menos que inteligentes, como Abdalá Bucaram y su Partido Roldosista Ecuatoriano, el Coronel golpista Lucio Gutiérrez con su Sociedad Patriótica 21 de Enero y, ahora, el populista chavista de extrema izquierda Rafael Correa, han cautivado al electorado y elevado a sus sudorosos líderes al solio presidencial.
En su obsesión no tanto por gobernar tanto como por captar el poder y comprobar su popularidad entre las masas, los sucesivos presidentes ecuatorianos han descuidado un parámetro fundamental según el que podríamos medir el potencial de desarrollo de un pueblo: su educación. Ya en los años cincuenta, Camilo Ponce había advertido que el sectarismo en la educación iba a causar estragos y que debíamos, en lugar de “producir marxistas en serie”, tender hacia un pueblo culto y educado que pueda razonar su participación democrática y no sea el pilar y sustento de líderes populistas, que generalmente han resultado ser gobernantes desastrosos.
El estado actual de la educación en el Ecuador debe ser medido en dos partes, pero siempre bajo un marco regulador que interviene en la totalidad del sistema. La educación pública está manejada por la Unión Nacional de Educadores, UNE, cuyo brazo político es el Movimiento Popular Democrático, MPD y que cuenta con ramales en las organizaciones estudiantiles, Federación Ecuatoriana de Estudiantes Universitarios, FEUE y Federación Ecuatoriana de Estudiantes Secundarios, FESE, entre otras. Ejerce un control total sobre sus sindicados, sobre la educación impartida en la Universidad Central del Ecuador, centro de adoctrinamiento maoísta, y sobre el Ministerio de Educación y Cultura y el sistema de escuelas fiscales.
Son prácticas comunes de la UNE la paralización sistemática de las actividades escolares previo al inicio del año lectivo, debido a demandas de carácter económico (demás está decir que sin aportar nada ni mejorar nada a cambio), y la organización de motines y actos vandálicos perpetrados por eternos dirigentes estudiantiles, con el protagonismo de sus futuros candidatos y con la participación de cientos de escolares víctimas del sistema pero que lo perpetúan.
Las consecuencias de tener una educación secuestrada por sindicatos políticos que, en efecto, ha producido marxistas en serie, está a la vista. Se ha creado un país la mitad de militantes de izquierda y la otra mitad de condescendientes defensores de una izquierda más humana, pero estatista al fin. Ahora nos vemos en la disyuntiva electoral de elegir entre un representante de la centro izquierda socialdemócrata, a horcajadas entre el mercado y la intervención estatal pero profundamente democrático, con tesis nacionalistas en cuanto a política exterior y socialistas en cuanto al gasto público y al manejo de la economía, y un personaje sin ideología definida y con valores democráticos altamente cuestionables, representante de la izquierda grosera, intervencionista, aislacionista y de línea dura de Hugo Chávez y Fidel Castro.
Lo más inverosímil del escenario es que incluso al proponer valores liberales a emprendedores, a gente de mercado, a líderes y cuadros históricamente ubicados en la Derecha política, su reacción es de incredulidad e incluso rechazo. La poderosa influencia de ideologías radicales se siente en nuestro sistema educativo e impide la penetración de principios de libertad política y económica, respeto a los derechos fundamentales y gobierno limitado.
Hemos creado engranajes de la maquinaria estatal desde nuestro caduco y manipulado sistema escolar, tanto público como privado, y ahora estamos cosechando los frutos: el pueblo del Ecuador se inclina concientemente hacia la izquierda, hasta obligarse a decidir entre el Status quo de pobreza y el atraso o la revolución de miseria y la anarquía importada de Venezuela, gracias a que creció con valores dogmáticos impuestos desde Moscú, La Habana y ahora Caracas, y su expresión en las urnas es consecuente con eso.
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