Por Diego Pérez Ordóñez. Opinión de El Comercio, Domingo 6 de Agosto de 2006
Si Fidel Castro muere, morirá uno de los animales políticos más intensos de nuestros tiempos, uno de los más carismáticos, uno de los más misteriosos. Morirá también uno de los más electrizantes oradores de los que se tenga memoria, una de las figuras más embriagadoras y fascinantes de las últimas décadas.
Morirá así mismo el dictador por excelencia, el dictador de dictadores: un tirano de antología, que ha dominado un país a sangre y fuego desde 1959 sin interrupciones de ningún tipo, que ha borrado del mapa las libertades públicas, que no ha admitido oposición alguna, que ha gobernado a una isla a su imagen y semejanza. Morirá el cultor por antonomasia del culto a la personalidad: vivir lejos de Fidel Castro es vivir – o morir- en el error. Todo gira sobre el eje de Fidel Castro: Fidel es la revolución, Fidel es la república, Fidel es la virtud, Fidel es Fidel.
Si Fidel Castro muere, morirá el creador de un sistema político anacrónico, impráctico e impracticable, por estrangulador de la naturaleza humana, por asfixiante, por humillante y denigrante para la condición humana.
Si Fidel Castro muere, morirá uno de los últimos monarcas absolutos del planeta, en pleno siglo XXI. Morirá habiéndose dado el lujo de abdicar en su propio hermano, también en pleno siglo XXI. Si Fidel Castro muere, seguramente se desencadenará una guerra de todos contra todos por ocupar el trono vacío, como en las viejas cortes del antiguo régimen, como en las historias de reyes y reinas, de archiduques pretendientes y de condotieros.
Si Fidel Castro muere, morirá el primer secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, el comandante en jefe de las heroicas Fuerzas Armadas Revolucionarias, el Presidente del Consejo de Estado y del Gobierno de la República de Cuba, el impulsor principal del Programa Nacional e Internacional de Salud Pública, el impulsor principal del Programa Nacional de la Revolución Energética en Cuba, por más pomposos y rimbombantes títulos. No sé si Napoleón Bonaparte o Jesucristo tuvieran tantos títulos o tantas ambiciones.
Si Fidel Castro muere, morirá quien ha sobrevivido el acoso de una decena de presidentes estadounidenses: Dwight Eisenhower, John F. Kennedy, Lyndon Johnson, Richard Nixon, Gerald Ford, Jimmy Carter, Ronald Reagan, George Bush padre, Bill Clinton y George Bush hijo, para mayores señas.
Si Fidel Castro muere, morirá riéndose a carcajadas de las instituciones de la democracia occidental: de la libertad de opinión, de la propiedad privada, de la división de poderes, de la rendición de cuentas. Si Fidel Castro muere, morirá el antidemócrata por definición, morirá el mejor ejemplo de la autocracia recalcitrante, de la dictadura más porfiada y sórdida.
Si Fidel Castro muere, agonizarán también las ideas políticas añejas, caducadas y extinguidas, morirá la nostalgia de la revolución forzosa y legitimada por los fusilamientos, de la imposición del pensamiento propio. Si Fidel Castro muere, tendrá reservado un lugar de lujo en el panteón de los déspotas.
Morirá así mismo el dictador por excelencia, el dictador de dictadores: un tirano de antología, que ha dominado un país a sangre y fuego desde 1959 sin interrupciones de ningún tipo, que ha borrado del mapa las libertades públicas, que no ha admitido oposición alguna, que ha gobernado a una isla a su imagen y semejanza. Morirá el cultor por antonomasia del culto a la personalidad: vivir lejos de Fidel Castro es vivir – o morir- en el error. Todo gira sobre el eje de Fidel Castro: Fidel es la revolución, Fidel es la república, Fidel es la virtud, Fidel es Fidel.
Si Fidel Castro muere, morirá el creador de un sistema político anacrónico, impráctico e impracticable, por estrangulador de la naturaleza humana, por asfixiante, por humillante y denigrante para la condición humana.
Si Fidel Castro muere, morirá uno de los últimos monarcas absolutos del planeta, en pleno siglo XXI. Morirá habiéndose dado el lujo de abdicar en su propio hermano, también en pleno siglo XXI. Si Fidel Castro muere, seguramente se desencadenará una guerra de todos contra todos por ocupar el trono vacío, como en las viejas cortes del antiguo régimen, como en las historias de reyes y reinas, de archiduques pretendientes y de condotieros.
Si Fidel Castro muere, morirá el primer secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, el comandante en jefe de las heroicas Fuerzas Armadas Revolucionarias, el Presidente del Consejo de Estado y del Gobierno de la República de Cuba, el impulsor principal del Programa Nacional e Internacional de Salud Pública, el impulsor principal del Programa Nacional de la Revolución Energética en Cuba, por más pomposos y rimbombantes títulos. No sé si Napoleón Bonaparte o Jesucristo tuvieran tantos títulos o tantas ambiciones.
Si Fidel Castro muere, morirá quien ha sobrevivido el acoso de una decena de presidentes estadounidenses: Dwight Eisenhower, John F. Kennedy, Lyndon Johnson, Richard Nixon, Gerald Ford, Jimmy Carter, Ronald Reagan, George Bush padre, Bill Clinton y George Bush hijo, para mayores señas.
Si Fidel Castro muere, morirá riéndose a carcajadas de las instituciones de la democracia occidental: de la libertad de opinión, de la propiedad privada, de la división de poderes, de la rendición de cuentas. Si Fidel Castro muere, morirá el antidemócrata por definición, morirá el mejor ejemplo de la autocracia recalcitrante, de la dictadura más porfiada y sórdida.
Si Fidel Castro muere, agonizarán también las ideas políticas añejas, caducadas y extinguidas, morirá la nostalgia de la revolución forzosa y legitimada por los fusilamientos, de la imposición del pensamiento propio. Si Fidel Castro muere, tendrá reservado un lugar de lujo en el panteón de los déspotas.
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