¿Qué tienen en común estos tres países? Están gobernados por regímenes autoritarios, no se realizan elecciones libres en varias décadas, tienen partido único y sus gobernantes, Castro, Kim y al-Asad, han instaurado monarquías socialistas, cuyo poder se transmite de padres a hijos y a falta de estos, a los hermanos menores.
En efecto, Kim Jong IL es el hijo del feroz dictador de Corea del Norte Kim IL Sung. Bashar al-Asad es el hijo del “presidente” Hafez al-Asaad, que gobernó Siria desde 1970 hasta su muerte en 2000. Y Fidel Castro – el dictador de más larga vida en América– acaba de transferir el poder a su hermano Raúl Castro Ruz. Curioso fenómeno para las democracias populares, como se autodenominan, convertidas en monarquías hereditarias. La grave enfermedad que afecta a Fidel Castro le ha obligado, al cabo de 47 años de dictadura implacable, a transferir el poder al heredero designado, su hermano Raúl, eterno ministro de Defensa. Con el misterio propio de los regímenes totalitarios –recuérdese la muerte de Stalin– el verdadero estado de salud de Castro es “secreto de Estado”, según información oficial de La Habana. Solamente con el pasar de los días, cuando se hayan resuelto las pugnas internas, se conocerá lo que realmente pasa en Cuba. Por lo pronto, resulta extraño el testamento político de Castro, leído por su secretario particular Carlos Valenciaga el lunes anterior. En él, ante su enfermedad y “las amenazas del Gobierno de Washington”, decidió delegar en forma transitoria a su hermano Raúl Castro la Secretaría General del Partido Comunista, la Jefatura de las Fuerzas Armadas y la Presidencia del Gobierno y del Consejo de Estado. Pero simultáneamente –y esto es lo extraño– lo relacionado a Salud Pública delega a José Ramón Balaguer, lo referente a Educación, a José Machado y Esteban Lazo conjuntamente, y las cuestiones energéticas a Carlos Lage Dávila. Entonces, si bien es verdad que confirmó a su hermano como el heredero principal, creó una estructura plural para el manejo de la Isla.
En el supuesto de que el documento leído por Valenciaga efectivamente haya sido de la autoría de Fidel Castro, demuestra que quiso resolver conflictos internos, siempre presentes en la lucha por el poder.
Pero todavía no se ha descubierto cómo gobernar después de la vida. Si, por el contrario, el documento fue redactado por la Nomenklatura, se revelan de cuerpo entero los desentendimientos entre sus miembros. Cualquiera sea el desenlace final de Cuba, debe ser responsabilidad de la comunidad internacional asegurar que ningún extraño meta la mano en resolver su futuro. Solo a los cubanos de la Isla corresponde decidir sobre su país. Y tomar todas las acciones necesarias para que el Gobierno que suceda a Castro sea resultado de elecciones democráticas, prontas, libres y participativas.
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