La falta de educación y la delincuencia no tienen una relación automática o mecánica. Hay criminales con todos los grados de educación, por ejemplo, a los banqueros ladrones no les faltó oportunidad de estudiar. Pero, sin duda, una mala educación tiene un profundo impacto en el desenfreno del delito. Fueron las dictaduras de los años setenta las que permitieron que el magisterio ecuatoriano, y con él toda la educación, cayese en manos de un grupúsculo extremista. Luego, los gobiernos democráticos que sucedieron a los militares, nada hicieron para devolver a la sociedad el control sobre este factor.
Los contenidos que se imparten a la inmensa mayoría de niños y jóvenes ecuatorianos están basados en versiones radicales de doctrinas que sostienen que la propiedad privada proviene siempre del robo. Así sin más. Para esta visión del mundo nadie puede hacer dinero honradamente, porque, y lo dicen literalmente, en la base de toda fortuna está un delito. Se produce entonces, en la mentalidad del niño y del joven, una quiebra de la legitimidad del orden social.
Después de que durante dieciocho años sistemáticamente se le ha hecho creer a cada estudiante que viven en un país radicalmente injusto. Algunos tratarán de adaptarse como puedan a este infierno. Unos pocos, cada vez más pocos, tratarán de buscar soluciones globales a lo que ellos consideran torcido. Son los revolucionarios y activistas, que con bombas o metralla intentarán cambiar el sistema. Y otros, cada vez más, buscarán en cambio soluciones individuales y rápidas en el delito. Puesto que todos los que tienen algo lo han robado, no hay mucho de malo en que yo les quite algo de lo que ilegítimamente tienen. El dicho aquel de que “ladrón que roba a ladrón, cien años de perdón”, se ha convertido en una máxima general.
Deslegitimado de tal manera el esquema social, se sigue fácilmente cualquier exceso. Como, según esta misma mentalidad, los ricos ladrones compran con su sucio dinero a las mujeres más bonitas, entonces, por qué yo no me las tomo por la vía rápida de la violación. Y si alguien se opone a mis propósitos de hacerme justicia por mano propia, bala y cuchillo.
Si no se toman medidas para erradicar esta deformación del sistema educativo, poco o nada podrán todas las medidas de control y represión. Mientras la sociedad no esté convencida de que la propiedad y la prosperidad son fruto legítimo del trabajo, será imposible evitar que miles de hombres y mujeres quieran llegar a ellas por el atajo del delito y la violencia.
Por supuesto que hay fortunas mal habidas, las más de ellas basadas en la corrupción política, estas, por supuesto, no pueden ser la medida a través de la cual se juzga toda propiedad, pero son motivo de explicable escándalo. Así, toda campaña “de seguridad”, incluso una que incluya arrancar el sistema educativo de manos de los extremistas, no servirá de mucho si las masas contemplan a diario el enriquecimiento y la impunidad de los corruptos. Es necesario entonces que la población acepte la legitimidad del sistema, que se la forme para ello y que las élites no empañen la credibilidad de los valores fundamentales.
No comments:
Post a Comment