Las cifras son inciertas, pero apuntan en la misma dirección: el Gobierno dispondrá en los próximos años de mucho más dinero, fruto de la caducidad de la Oxy y la renegociación de los contratos. Las cifras están entre 1.000 y 1.800 millones de dólares anuales, un notable maná caído del cielo. La pregunta es entonces: ¿cómo gastarlo?, ¿qué hacer con esta lotería?
Casi todos estamos de acuerdo en que hay que invertir en proyectos de alta rentabilidad social y/o económica. Educación, salud, electricidad (para incrementar la generación de bajo costo y mejor calidad, y bajar las tarifas), petróleo (refinería, poliductos, más producción ya que es un producto de alta rentabilidad), bajar deuda, crear un fondo de ahorro. Estamos de acuerdo, pero la pregunta no es realmente lo que pensamos que se debe hacer, porque en la retórica y la buena voluntad, generalmente podemos coincidir, sino que más importante es preguntarse: ¿cómo se va a hacer?, ¿alcanzaremos esos objetivos?
Lo primero que necesitamos son reformas en los sectores que van a recibir los recursos, sin ellas no hay posibilidad de que el sistema cambie. Por ejemplo, en educación, evidentemente se necesita más dinero pero, ¿solo con más dinero se puede mejorar? No, hay cambios profundos que no pueden ser evitados y que la sociedad ha intentado evitar. Y es ahí donde tropezamos, porque los que estamos de acuerdo en el objetivo, no estamos de acuerdo en los métodos y reformas. Lo mismo en electricidad, es muy positivo que haya más generación, pero un tema clave son las distribuidoras, presa fáciles de ciertos partidos políticos, empresarios y sindicatos. ¿Estamos dispuestos a atacar esa maraña de intereses? Similar es el caso del petróleo.
Esas reformas son difíciles de aceptar en el país. Pero más difícil aún es estar conscientes de que existen incentivos perversos profundos en el sector público que llevan al despilfarro del dinero. a) Como nada es de nadie, ceder a las demandas diversas es muy fácil, se queda bien con el dinero de otros; b) Como la vida política consiste en captar clientes, la mejor manera es repartiendo bondades económicas a diestro y siniestro, y esto se hace de muchas maneras: aumentos de sueldos, grandes obras en todas partes, repartición de empleos... Y hay muchas más razones que usted puede fácilmente identificar. Son de sentido común, pero no queremos aceptarlas. Por eso es muy probable que al inicio se empiece gastando el dinero de manera más o menos sana (en los objetivos que todos compartimos) y poco a poco (o quizás rápido desgraciadamente), todo se vaya diluyendo en sueldos y megaproyectos sin utilidad social.
Y al final, se culpará al neoliberalismo, a los empresarios u otros, por el mal gasto de estos fondos, cuando hay un solo culpable: la mentalidad que tiende a dar más y más poder al Estado. Ojalá busquemos mecanismos como los bonos educativos directos a los niños, que permitan a la vez aumentar el gasto pero ponerlo en manos de los ciudadanos en lugar del Gobierno. ¿Es posible?
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