Los reclamos en contra del alto precio del petróleo y de las ganancias obtenidas por los tiranos que lo producen suelen tener un efecto sudorífico en mí. El sudor se transforma en ataque de pánico cuando quienes reclaman plantean soluciones.
Dos personas muy lúcidas, Thomas Friedman y Steve Forbes, acaban de proponer varias medidas. Para evitar que los déspotas sigan llenándose los bolsillos con petrodólares, Forbes propone en su revista reducir el exceso de liquidez monetaria--es decir inflación--que, según él, es una causa significativa de los actuales precios. Friedman, por su parte, plantea en la revista Foreign Policy la Primera Ley de la Petropolítica: sostiene que los altos precios del petróleo subvierten las libertades básicas al aumentar el poder de los dictadores. Ya había recomendado antes, en un artículo publicado en el New York Times, que el gobierno desaliente el uso de la gasolina aumentando los impuestos, ordenando que todos los automóviles sean híbridos en materia de combustible y subvencionando la transformación de la actual flota automotor de los gigantes de Detroit.
No es la inflación lo que está engordando los precios del petróleo. Es un simple caso de oferta y demanda. La demanda mundial ha crecido en 7 millones de barriles diarios desde 2000; casi un tercio de esa nueva demanda se ha originado en China. Al mismo tiempo, la producción petrolera de Irak está muy por debajo de su nivel anterior a la guerra. Si a ello se agrega la desaceleración del aumento de la producción rusa y la reducción de la producción de Venezuela debido a la incompetencia de ambos Estados, así como el efecto de los recientes huracanes en los EE.UU., se entenderá por qué los comerciantes de crudo anticipan un desfase entre la demanda y la oferta. Eso no significa que no haya algo de inflación. Pero ¿quién puede asegurar que una gran cantidad del nuevo dinero que entra al sistema se está destinando a la compra de petróleo?
Probablemente se está destinando a muchas otras cosas. Reducir la liquidez para controlar los precios del petróleo y las ganancias de los déspotas equivale a drenar el Caribe para deshacerse de todos los tiburones del mundo.
Friedman tiene razón: las ganancias extraordinarias obtenidas por las dictaduras petroleras refuerzan su poder a expensas de la libertad de sus pueblos. Pero muchas otras cosas tienen el mismo efecto y hay tantos ejemplos de libertades conquistadas en épocas en que el precio del petróleo era alto como ejemplos de lo contrario. En América Latina, la mayor oleada democratizadora desde la Segunda Guerra Mundial se dio a comienzos de los años 80´´, coincidiendo con el alto precio del crudo que siguió a la crisis petrolera de 1979 (varios países latinoamericanos dependen significativamente de sus exportaciones de crudo). Hugo Chávez inició su consolidación—ignorando al Congreso y utilizando una asamblea constituyente para cambiar las reglas de juego—cuando el precio del crudo estaba bajo. Las libertades políticas han aumentado en México durante el reciente auge petrolero.
Quienes propugnan antídotos ingeniosos mediante intervenciones estatales contra los altos precios del petróleo deberían tener en mente que desde hace varios años los nuevos descubrimientos de crudo superan el crecimiento del consumo mundial pero el exceso de interferencia gubernamental ha impedido un aumento de la oferta. Las restricciones a la construcción de nuevas refinerías y oleoductos en los Estados Unidos han mantenido los precios elevados e incrementado la dependencia del país con respecto a la energía extranjera. La mitad de los motoristas europeos ya utilizan diesel pero la falta de capacidad de refinación para convertir al crudo pesado en diesel ha provocado que en general el mundo dependa mucho más del crudo liviano, haciendo subir su precio. Y, por supuesto, la oferta sería mayor si casi el 80 por ciento de las reservas petroleras no pertenecieran a incompetentes empresas estatales en muchos lugares, como Rusia o Sudán. No olvidemos, por último, que los enormes aranceles a las importaciones de caña de azúcar brasileña han limitado el desarrollo del etanol en los Estados Unidos (el uso del etanol como fuente de energía ha tenido mucho éxito en Brasil). ¿Por qué empeorar las cosas con más intromisión burocrática?
Los consumidores y los emprendedores son más fiables que los expertos y los Estados a la hora de resolver las crisis petroleras. Ellos saben que los tiranos no pueden darse el lujo de manipular demasiado los precios porque perderían sus ingresos al alentar la diversificación y la energía alternativa. Tras la crisis petrolera de los 70´´, los consumidores utilizaron menos gasolina y las empresas comenzaron a extraer petróleo en el Mar del Norte y en Canadá. A los precios actuales, podemos estar seguros de que ya hay capitales frescos generando nuevas inversiones en petróleo y de que el correspondiente incremento de la oferta acabará moderando los precios (sin contar que muchos capitales tenderán también a dirigirse hacia fuentes alternativas de energía). En cualquier caso, la economía mundial ha venido creciendo a una tasa muy saludable incluso con el petróleo por encima de los $60 el barril.
Como el petróleo es finito, algún día será reemplazado. Dejemos que ello acontezca a su debido momento, sin forzar medidas que conllevan enormes efectos secundarios y no resuelven problema alguno. Toda era energética tiene su lado bueno y su lado malo. En el siglo 19, las lámparas de kerosene remplazaron a las de aceite de ballena. Gracias a ello, probablemente, ¡las ballenas se salvaron de la extinción!Alvaro Vargas Llosa es Académico Asociado Senior y Director del Centro Para la Prosperidad Global en The Independent Institute. Su libro Liberty for Latin America ha sido publicado por Farrar, Straus & Giroux y, en castellano, por Planeta (Rumbo a la libertad).
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