Don Simón, su municipio es ladrón. No ha asaltado como los delincuentes que no encierra, pero roba el tiempo, las ganas y la estabilidad mental de quien pretende contribuir. Esos empresarios, que quieren contribuir al desarrollo de la ciudad, que se comprometen y le apuestan a Quito, se ven vejados por un monstruo de miles de cabezas que no se sacia con nada.
Corrupción no solo es pedir coimas, también es legalizarlas. Una garantía que se hace efectiva en un 95% de los casos es un robo que afecta directamente al bolsillo de los profesionales de la construcción, y que les inhibe de invertir, de crear empleos y de trabajar.
Corrupción no solo es expedir un código de ética, sino también el que la gente tenga que vivir meses enredada en trámites y burrocracia, entregándole al Leviatán una buena porción de sus años productivos.
Anticorrupción no es que los empleados puedan recitar de memoria ese código de ética, sino que entiendan que están ahí para facilitar nuestra labor, no para entorpecerla.
La degeneración del sistema que se defiende y se apuntala con ordenanzas atentatorias se evidencia en las construcciones ilegales que surgen de cuando en cuando, siempre más de lo debido. El propio Municipio alienta la ilegalidad cuando expide normas ilegítimas encaminadas a regular incluso detalles mínimos del emprendimiento, que toman demasiado tiempo, dinero y paciencia acatar y que motivan el que la ciudadanía las incumpla.
Cientos de construcciones que no se dieron la molestia de ingresar al municipio se erigen mientras escribo estas líneas, sin control, sin criterio y con todo el irrespeto, mientras muchas que sí son un aporte y un motor de la economía están incubando en algún escritorio burrocrático, esperando una coima o simplemente que el funcionario encargado termine su spa de la mañana.
No puede ser. Recibimos vejámenes, violaciones a nuestros derechos, perdemos dinero, incurrimos en lucro cesante, regalamos nuestro valioso tiempo y somos básicamente esclavos de quien debe servirnos. El Leviatán no desaparecerá mientras nosotros no queramos desaparecerlo. Hay que darse cuenta de que el peso de las regulaciones y trámites en el municipio es un lastre que nos impide progresar. Así se crean los monopolios, cuando hay profesiones que surgen de la solución de conflictos generados por trámites impuestos por funcionarios cuyo trabajo es impedir que el resto de gente haga el suyo y solo quienes los conocen y quienes pueden pagarles evacúan sus trámites en un tiempo normal, mientras quienes lo hacemos desde abajo y no gozamos sus privilegios les vemos ocupar espacios que el propio sistema cierra a la competencia. Y mientras tanto, quienes se pasean por los carriles exclusivos y son protegidos por escoltas, no tienen una idea de lo que es trabajar alrededor de siete meses del año para pagar nuestras necesidades y cinco para pagar las suyas.
Don Simón, usted como paladín de la anticorrupción, debe saber que su municipio es ladrón.
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