Artículo en Cambiemos Ecuador: Delirios hitlerianos por Jaime Izurieta
De haber sido un combatiente promedio en la Guerra Europea, Adolfo Hitler pasó a ser un mediocre pintor. Luego fue un revolucionario de poca monta. ¿Cómo, entonces, se transformó en genocida y referente negativo en el mundo? Fácil. Gracias a la palabra.
De haber sido un combatiente promedio en la Guerra Europea, Adolfo Hitler pasó a ser un mediocre pintor. Luego fue un revolucionario de poca monta. ¿Cómo, entonces, se transformó en genocida y referente negativo en el mundo? Fácil. Gracias a la palabra.
La palabra, que ha convertido a santas en prostitutas y a héroes en traidores, también ha logrado hacer Mesías de delincuentes. El discurso convirtió a un ser humano mediocre en canciller y líder de la Alemania Nacional Socialista. Y, asombrosamente, referente para líderes políticos en el Ecuador.
Las ideas de supremacía racial que propugnaba el partido nazi son tan racistas cuando son en contra de un grupo como de otro. Simplemente están mal. Sin embargo, nuestra América ya ha dado dos líderes racistas, uno que se encumbró en la presidencia de su país y el otro que pelea muy de cerca la del suyo. El Ecuador está presenciando en estos días la aparición de un líder cuyo movimiento ha seguido la tendencia, no solo de Evo y Ollanta, sino de Adolfo, y ha logrado incluso cambios en la Constitución que establecen derechos basados en la raza.
Pero el racismo no es la única herencia que nos dejó el Socialismo Nacionalista de Hitler. Su discurso populista, aquél que le llevó a estar cerca de su plan de ser “amo del mundo” ha inspirado e influenciado el discurso de más de un precandidato presidencial en esta república bananera. Hitler, en su mediocridad, supo aprovechar las condiciones que habían pavimentado no solo Bismarck y el Kaiser, sino Hegel y el Romanticismo alemán, para articular un discurso de delirio, de emoción y de pasión.
Alemania estaba destruida por años de guerras, delirios imperiales, malos manejos económicos y rivalidades intestinas. Los ciudadanos se debatían en la pobreza mientras poco a poco, el señor Hitler iba por ahí diciendo cosas bonitas que encantaban. Hablaba de revolución, de renacimiento, de progreso, pero sobre todo de soberanía y de dignidad. El logro del Führer fue que entendió profundamente la Alemania que habían construido a lo largo de siglos filósofos, políticos y gobernantes, interpretó el sentir popular y lo plasmó en un discurso visceral que fue aclamado por las masas. Pero su intención, tanto como había sido la de Bismack y el Kaiser Guillermo, era construir su Imperio Germánico.
Su arrogancia y soberbia solo fueron entendidas una vez que su maquinaria estaba en marcha, y nada iba a detener la pérdida de millones de vidas, en nombre de la raza, de la soberanía y de la dignidad. Europa y los alemanes de bien fueron confundidos por un discurso nacionalista, de dignidad y de soberanía que estimaron inofensivo. Del mismo modo, ahora el Ecuador se diluye en pomposidades ideológicas y no busca grandes soluciones para los grandes problemas nacionales. Mientras tanto y al mejor modo de Hitler, el populismo utiliza la palabra para encumbrarse y a nadie parece importarle.
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