Sunday, April 06, 2008

El progresismo reaccionario

Por Diego Pérez Ordóñez

Los seguidores del Régimen se ufanan de ser progresistas. En realidad no solamente de ser progresistas, sino que se enorgullecen de que el actual proyecto político -se supone- es novedoso, refrescante y contemporáneo. Para sus seguidores, las más de las veces incondicionales sacerdotes de un dogma de fe, el proyecto político oficial en marcha es no solamente infalible, sino también indiscutible, no negociable, inflexible, imponible a rajatabla, bueno para la salud y apto para el consumo humano.
Se trata, en realidad, de un proyecto político unilateral, modelo de intolerancia, que repudia explícitamente los valores de la democracia y que navega a contracorriente de las tendencias políticas de la historia. No cabe duda de que el proyecto político que esta vez nos ha tocado en suerte no deja de ser un anacronismo, una antigualla, una curiosidad histórica.
Los temas que en otras partes del mundo generan intenso debate social y constitucional, como la flexibilización del aborto, la posibilidad de la eutanasia y la existencia del Estado laico, en estas latitudes son puras curiosidades (sinónimos de pecado) que no ameritan discusión alguna. Para el oficialismo estos temas no ameritan gasto de saliva o inversión en neuronas: el único tema que importa es cómo acumular la mayor cantidad de poder posible, en el menor tiempo posible.
Ese es, justamente, el centro de gravedad del proyecto político en boga: cómo blindar el poder, cómo usar eficientemente el dinero público en publicidad oficial y en subsidios, en fin, cómo mantener a la población embobada. En verdad, este proyecto político no es más que un apretado y bien atornillado resumen de la política criolla de los últimos 30 años: caudillismo, autoritarismo, imposición, intransigencia, discursos extáticos, personalización del poder y una larga lista de etcéteras. Se trata, entonces, de una extraña versión del progresismo. Estamos ante un paradójico modelo del progresismo.
Es un progresismo que –incongruencia- amenaza con volvernos al pasado, a las épocas de gloria del nacionalismo revolucionario, a la era de oro de la patria perdida. Señoras y señores, con ustedes el progresismo reaccionario.
Lo que en realidad resulta desconcertante es comprobar cómo hemos retrocedido, cómo el país ha vuelto a las telarañas de temas que se creían superados. Las prácticas y mañas políticas que hace poco eran consideradas aberrantes e inaceptables, hoy son muestra de virtud y de humanismo cristiano.
Las mañoserías y las engañifas que hace unos años eran patrimonio exclusivo de la partidocracia y de la peluconería (las oligarquías han pasado de moda), hoy son envidiables prácticas de indulgencia y de caridad. Viejos trucos como exigir que la burocracia destine al partido político del momento un porcentaje de sus ingresos, ayer viejas destrezas del roldosismo, son hoy moneda corriente. El populismo sudoroso de ayer es la revolución ciudadana de hoy. Miremos por el retrovisor, el progresismo reaccionario se apresta a echar raíces.

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