Por Rómulo López Sabando
Tres mil años a/C, el Estado egipcio vivía de los impuestos. En la Biblia (Antiguo y Nuevo Testamento) se habla de los impuestos para financiar la opulencia de los nobles y de los templos.
Miguel de Montaigne (1533-1590), mercantilista, afirmó que la economía es un juego de suma cero en la que los países haciendo guerras comerciales pueden enriquecerse empobreciendo a los vencidos.
Los caprichos del gobernante, sus guerras de conquistas y los conflictos comerciales, sustentan los abusos impositivos en el mercantilismo (intercambio de privilegios por favores del Gobierno).
Para pagar sus gastos fiscales Felipe IV, de Francia, impuso duros tributos, confiscó bienes, cerró negocios rentables, devaluó la moneda y destruyó el poder adquisitivo Colbert (1619-1683) zar económico de Luis XIV (1643-1715), decía que “el arte de tributar consiste en desplumar un ganso, de tal manera que se obtenga la mayor cantidad de plumas con la menor cantidad de graznidos. El pueblo es un descomunal ganso a desplumar con tanta eficacia como sea posible”.
En 1848, Marx en el Manifiesto Comunista promueve el impuesto progresivo (gravar con mayores tasas a los ricos para darles beneficios a los pobres). Así el proletariado iría despojando a la burguesía de la totalidad del capital.
Cien años de aplicar el “impuesto progresivo” para distribuir el ingreso, han sido catastróficos, según el Banco Mundial. En los países desarrollados, donde la distribución del ingreso y el nivel de vida son mejores, 20% de la población más pobre recibe 5,8% de los ingresos del país; mientras el 20% más rico, 45%. En países socialistas de América Latina, el 20% más pobre recibe en promedio 3,3% del ingreso y el 20% más rico 55%. Venezuela, con un Gobierno socialista rico, el 20% más pobre recibe 4,8% del ingreso y el 20% más rico, 50%.
En la Carta Magna (1215), quedó establecido que los impuestos se utilizarían sólo para casos excepcionales y previo consentimiento del pueblo, representado por el Congreso, pues su obligación era proteger los bienes y la vida de sus dueños.
Juan de Mariana (1536-1624), de la Escuela de Salamanca, propuso el tiranicidio como “derecho natural”, contra los impuestos, (1598). “Como la propiedad es privada, la intervención del soberano en cuestiones económicas privadas sin el consentimiento de sus dueños es tiranía. Los impuestos opresivos y la inflación (cuando se destruye la base metálica de la moneda) es robar a los súbditos”. Murió en prisión y sus libros quemados públicamente.
La muerte y los impuestos son ineludibles, decía Benjamín Franklin, (1706-1790). “Yo soy La Muerte, no los impuestos. Yo sólo vengo una vez”, dijo Voltaire.
Cuando los ingleses gravaron con impuestos a las colonias surgió la revolución y advino la independencia de los Estados Unidos que fue el detonante de su creación. “Not taxation without representation” (Ningún impuesto se acepta sin el consentimiento de los ciudadanos).
En 1765 el virrey de Bogotá creó la Aduana que indignó a los quiteños que, al son de campanas, la incendiaron. Quito no tenía aduanas ni estancos. La revolución de las Alcabalas (el 2% de cuanto se vendiera en el mercado y comercio, y la “Guerra de Quito” contra los estancos de alcohol y tabaco) generó levantamientos populares contra los impuestos. Motivaron el 10 de agosto. Históricamente, por los impuestos y las devaluaciones monetarias es que surgen las revoluciones.
Como decía Maquiavelo: “Nunca toques el bolsillo a tus súbditos, si lo puedes evitar. Puedes tocarle cualquier cosa, hasta el padre o la madre, pero no le toques el bolsillo”.
Artículo publicado en Diario Expreso
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