Saturday, March 10, 2007

Los autoritarios y corruptos se han sostenido en el poder por la fuerza o su amenaza


Por qué los hombres malos gobiernan por Hans-Hermann Hoppe


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Una de las premisas más extensamente aceptadas entre los economistas políticos es la siguiente: Todo monopolio es malo desde el punto de vista de los consumidores. El monopolio es entendido en su sentido clásico de ser un privilegio exclusivo otorgado a un solo productor de un commodity o de un servicio, por ejemplo, como el no permitir la libre entrada en una particular línea de producción. En otras palabras, solo una agencia, A, puede producir un bien determinado, X. Cualquier monopolio como éste es malo para los consumidores, pues evitando la entrada nuevos productos en su área de producción el precio del producto X del monopolista, será mas alto y la calidad de X será mas baja.

Esta verdad elemental ha sido frecuentemente invocada como un argumento a favor de un gobierno democrático como opuesto al gobierno clásico, monárquico o a un principado. Esto es debido a que bajo la democracia la entrada en el aparato gubernamental es libre – cualquiera puede ser primer ministro o presidente – mientras que bajo la monarquía ese ingreso al gobierno está restringido al rey y a su heredero.

Sin embargo, este argumento a favor de la democracia está fatalmente errado. La libre entrada no siempre es buena. Libre entrada y competencia en la producción de bienes es buena, pero libre competencia en la producción de males no lo es. La libre entrada en los negocios de tortura o asesinato de inocentes, o libre competencia en falsificación o estafa, por ejemplo, no es bueno; es peor que malo. Así que, ¿qué clase de “negocio” es el gobierno? Respuesta: no es un productor acostumbrado a vender bienes a consumidores voluntarios. Más bien, es un “negocio” comprometido en el robo y la expropiación – mediante impuestos y falsificación – y el cercado de bienes robados. Así, la libre entrada en el gobierno no mejora algo bueno. De hecho, hace las cosas peor que malas, es decir, potencia el mal.

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