Los inconvenientes con las clínicas empiezan desde su registro. Para el jefe de Control Sanitario de la Dirección de Salud de Pichincha, Édgar Espinosa, la falta de una Ley que ponga límites en los cupos complica el problema. Aquello es notorio en las calles de Quito. Por ejemplo, solo en la avenida 18 de Septiembre, entre la Universitaria y Yaguachi (al norte) existen dos clínicas en casas contiguas. Igual sucede en las calles Sodiro y Colombia: tres clínicas más. Dos están a una distancia de apenas 20 metros.
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Los consultorios y habitaciones están separados con tabla tríplex y no por paredes. Las duchas para el aseo de los pacientes se encuentran en el segundo piso y no junto a la habitación. Ellos suben por las gradas ubicadas al aire libre en el patio. El propietario, Víctor Vinueza, reconoce que el edificio no es funcional, pero que se trabaja para mejorar el servicio. Las normas establecen que como clínica debiera tener quirófano, pero allí no existe. Según Vinueza, esto se debe a que “recién hace seis meses se cambiaron”.Los centros no son vigilados permanentemente y se lo hace solo cuando hay denuncias. Por ello, en el 2006 el comisario de Salud de Pichincha, Marcelo Torres, registró apenas dos clausuras, en toda la jurisdicción, por no cumplir las medidas higiénicas.
El Federalista: Pobre Eugenio Espejo si hubese vivido en nuestros tiempos, habría sido suspendido por no ofrecer condiciones adecuadas en el lúgubre Hospital de la Misericordia de Nuestro Señor (actual Hospital San Juan de Dios) aún cuando Espejo emprendía iniciativas de aislamiento y limpieza de las instalaciones.
Poner cualquier negocio requiere de inversión (y si, los servicios de salud son también un negocio legítimo como cualquier otro), pero la inversión suele ser alta y a menudo no existen recursos suficientes para poner un servicio 5 estrellas, mas si un profesional egresado y su familia han gastado una fortuna para la preparación académica del propietario. Es por ello que los origenes de muchos negocios son modestos pero necesitan de constancia y laboriosidad para sacarlos adelante y mejorar las condiciones del servicio. La motivación para ello es el interés propio: si uno quiere hacer dinero debe ofrecer calidad en el servicio y al existir competencia se necesita "afilar el lápiz" y brindar precios convenientes y al mismo tiempo invertir en el negocio para instalar nueva maquinaria, tecnologías, conocimientos y capacitar al personal.
Regular cualquier mercado es dañino, incluso -y mas aún- el mercado de los servicios de salud. El problema no es que haya clínicas juntas (asunto de cada quien donde pone su negocio), tampoco lo es el número de clínicas (de hecho el usuario se beneficia de la competencia en calidad, prestaciones y precios) ni la falta de inspección ni de inspectores (que hacen su agosto cobrando coimas a los propietarios de negocios).
El problema son los privilegios que las regulaciones crean. Como todo tipo de inspectoría pública necesita de burocracia y funcionarios -costeados con nuestro dinero- se generan escenarios de corrupción y de vagancia. ¿Cómo es eso posible? Bien, los inspectores suelen cobrar dineros indebidos a los propietarios para que tengan aprobación de sus instalaciones sea o no que cumplan los requerimientos, los sistemas de cupos al restringir la oferta aumentan artificialmente el costo de los servicios de salud y muchas personas pobres dejan de acceder a ellos. Las regulaciones sobre horarios de funcionamiento o sobre distancias entre competidores son un flagrante ataque a los derechos de propiedad y a la libre empresa, pues cada propietario debe estar en libertad decidir en que horario, que prestaciones tiene y en donde instala su negocio.
La peor parte de las consecuencas de las regulaciones la lleva la gente de escasos recursos, pues al restringir con regulaciones la cantidad de clínicas y consultorios que pueden ofrecer sus servicios, el mercado pierde competidores, se pierden los incentivos que el sector tiene para innovar, mejorar prestaciones, reducir costos, capacitar al personal, etc. y por tanto los servicios se encarecen y van perdiendo valor agregado. Los pobres se ven limitados en opciones disponibles y aunque pueden acceder a los servicios de las beneficencias privadas éstas se ven abarrotadas por gente que dejó de acceder a servicios de menor costo, o, por otro lado, los pobres se ven obligados a usar los cada vez peores y mas caros sistemas de salud estatal que aunque con presupuestos millonarios son incapaces de ofrecer los mínimos de servicio que sí se le exigen al sector privado
...y eso si es que los ofrecen, pues la mitad del tiempo pasan en paros gremiales.
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