Tuesday, July 04, 2006

Reseña: El malestar en la globalización

A prosósito de la visita de Joseph E. Stiglitz a nuestro país El Federlista publicará una serie de artículos, reseñas y noticias sobre el economista. A continuación, una invaluable reseña sobre el libro El malestar en la globalización realizada por Carlos Rodríguez Braun.

Ojo con Stiglitz
Por Carlos Rodríguez Braun

La publicación de El malestar en la globalización (Taurus), del premio Nobel de Economía Joseph E.Stiglitz, puede desbordar la felicidad de los antiliberales, por contar con un aliado tan ilustre. Conozco bien el libro, porque lo he traducido, y mi consejo es: señoras y señores intervencionistas, no descorchen aún el champán.

Mi sugerencia de retrasar la fiesta deriva de tres consideraciones: primera, este libro descansa sobre la idea de que no hay más economía, ni más economía liberal, que la neoclásica; segunda, contiene errores sobre el liberalismo, como identificarlo con el Fondo Monetario Internacional; y tercera, bastantes de sus recomendaciones son liberales.
Nacido en 1942 en Gary, Indiana, Joseph Eugene Stiglitz se doctoró en el MIT a la temprana edad de veinticuatro años, y enseñó en Princeton y actualmente en Columbia; pasó por la política y la burocracia como asesor económico de Clinton y economista jefe del Banco Mundial. Antes del Nobel recibió varios galardones, como la John Bates Clark Medal. Su trabajo ha girado en torno a la información y las dificultades que genera una información imperfecta y costosa. La economía neoclásica funciona bajo el irrealista supuesto de que la información es perfecta: Stiglitz y otros demostraron que si no lo es, y no lo es, entonces muchas conclusiones de los neoclásicos no son válidas. En sus propias palabras, "los teoremas fundamentales sobre la existencia, caracterización y bienestar de la competencia perfecta no son robustos". Si las condiciones se debilitan para aproximarlas a la realidad, no hay equilibrio en el mercado, las funciones de precio no son lineales (puede que la oferta nunca iguale a la demanda), ni eficientes en el sentido de Pareto. Stiglitz aplicó el tema de la imperfección en la información a problemas de riesgo moral y selección adversa, al monopolio y la teoría de la empresa –las dos voces que escribió para el nuevo Palgrave apuntan en esa dirección: "principal and agent" y "sharecropping". Stiglitz publicó artículos importantes, como "Information and Competitive Price Systems", American Economic Review, mayo 1976, y entre sus libros podemos mencionar Lectures in Public Economics (1980), con A.B.Atkinson y The Theory of Commodity Price Stabilization (1981), con D.M.G.Newberry. En español destacamos Economía y Microeconomía (Barcelona, Ariel), y La economía del sector público (Barcelona, Antoni Bosch).
Todo esto es muy interesante, pero no tiene nada de antiliberal ni antieconómico, salvo que se identifique el liberalismo y la economía con el neoclasicismo, lo que es un error, puesto que muchos años antes que Stiglitz los austriacos y los neoinstitucionalistas habían criticado a los neoclásicos por eludir los aspectos informativos e institucionales. Decir, como en el Capítulo 1, que Rusia es una economía de mercado es ignorar a economistas relevantes como Ronald Coase, que denunció que no lo era, precisamente porque carecía del marco institucional indispensable para que los mercados funcionen, antigua idea de Adam Smith.
El objetivo del autor apunta a una Tercera Vía: "traté de fraguar una filosofía y una política económicas que vieran a la Administración y a los mercados como complementarios, como socios, y que reconocieran que si los mercados son el centro de la economía, el Estado ha de cumplir un papel importante, aunque limitado". Tras esta declaración (cuyo contenido liberal no escapará al lector y subrayaremos más adelante), Stiglitz se manifiesta como un keynesiano que recela de los mercados pero que no es consciente de los fallos del Estado.
Plantea la vieja patraña de que los que confían en el mercado padecen "ideología" mientras que los intervencionistas son "economistas de primera fila" –los marxistas ya hablaban de ideología contra ciencia, que era la suya. Stiglitz desbarra diciendo que sólo los intervencionistas se ocupan de los pobres -¡si Peter Bauer levantara la cabeza! (véase "Llanto por Lord Bauer", El País, 22 mayo 2002).
Comete audacias como la de afirmar que los países se desarrollaron gracias a un proteccionismo "sabio y selectivo" del tipo de la infant industry, o que aumentó la pobreza en el siglo XIX, algo que ya ni los marxistas defienden. La idea de que el paro se debe a la gente vaga era inaceptable en tiempos de Keynes y lo sigue siendo hoy, como si no importaran las restricciones de los mercados ocasionadas por el intervencionismo político. Aduce que no hay relación entre salarios mínimos y desempleo, contra mucha teoría y evidencia empírica.
El solapamiento del neoclasicismo con el liberalismo contrasta con los numerosos neoclásicos intervencionistas, y con los conspicuos liberales que han criticado a los neoclásicos. Pero Stiglitz no puede salir de allí: desdeña en el Capítulo 5 a Coase por poco realista, como si fuera un neoclásico, lo que prueba que no entendió su teorema. Y quien conozca la nueva macroeconomía clásica o el neoinstitucionalismo o la public choice no podrá sino dar un respingo al leer que según Stiglitz el liberalismo choca con los "avances de la teoría económica en las tres últimas décadas".
La ignorancia de Stiglitz de todo lo que no sea economía neoclásica lo lleva a afirmar en el Capítulo 3 que los liberales no prestan atención a "las instituciones civiles y las estructuras legales que hacen funcionar a las economías de mercado". Es al revés, como bien comprenderá cualquiera que recuerde, por citar sólo a otros Premios Nobel, a Coase, Fogel, North y Buchanan.
Es increíble que sostenga que la mano invisible de Adam Smith equivale al mercado perfecto. Dice: "El sistema de mercado requiere competencia e información perfecta". Falso, no las requiere, salvo en el estilizado neoclasicismo, y los liberales no dijeron que las requiere. Con esta engañifa el intervencionismo cae por su propio peso: como el mercado no es perfecto, entonces el Estado debe actuar. Esto no se sostiene y Stiglitz, que es perspicaz, huye por la tangente: "sigue vivo el debate sobre cuál es el equilibrio apropiado entre el Estado y el mercado", un understatement característico del intervencionismo, que nunca termina de aclarar cuánto Estado es menester y qué consecuencias ello puede acarrear.
Y hablando de no aclararse, tras haber identificado tontamente a Smith con el mercado perfecto, en el Capítulo 9 va y dice la verdad: "Adam Smith era mucho más consciente de las limitaciones del mercado, incluidas las amenazas planteadas por las imperfecciones de la competencia, que quienes se reivindican actualmente como sus seguidores. Asimismo, Smith era más consciente del contexto social y político en el que todas las economías deben funcionar". Acierta, por fin, en lo de Smith, y yerra, otra vez, en lo de sus sucesores.
La reseña completa se encuentra disponible en Liberalismo.org en:
http://www.liberalismo.org/articulo/67/45/

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