La muerte de Jean-Francois Revel -había nacido el 19 de enero de 1924, en Marsella- ha pasado desapercibida. Era previsible: en sus obras -‘Ni Marx ni Jesús’, ‘La tentación totalitaria’, ‘El Estado megalómano’, ‘Cómo terminan las democracias’, ‘El rechazo del Estado’ y ‘El renacimiento democrático’, entre otras, que alcanzaron un gran éxito en las décadas de los años setenta y ochenta del siglo pasado- combatió los lugares comunes de un pensamiento izquierdista fácil y sin hondura, irreflexivo y dogmático.
Luchando contra la corriente, defendió la democracia, criticó la injerencia cada vez mayor del Estado en las actividades privadas de los ciudadanos y condenó acerbamente los totalitarismos. Volver a su lectura no sería desperdiciar el tiempo: algunas de sus tesis, confrontadas con los acontecimientos políticos actuales, no han perdido vigencia.
En ‘Cómo terminan las democracias’ sostuvo que la existencia del totalitarismo comunista había falseado la concepción actual de la democracia. Insistió en señalar una paradoja subyacente en el lenguaje político: los regímenes totalitarios, a pesar de la negación de la libertad y la dignidad humanas, son considerados progresistas; los regímenes democráticos, que no obstante sus límites y deficiencias las reconocen y respetan, son calificados de reaccionarios.
“Nos ha hecho considerar como reaccionarios -resumía- a los sistemas sociales que aportaban mayor progreso, y como progresistas a los que constituían la mayor regresión. ‘De izquierdas’ fue la etiqueta de quienes han reducido al hambre, sometido y asesinado al hombre; ‘de derechas’, la etiqueta de las grandes democracias industriales que han desarrollado las libertades y el bienestar”.
En ‘El rechazo del Estado’, Revel identificó el incesante crecimiento del Estado, que va adueñándose cada vez más de diversas actividades sociales, con el totalitarismo. “Este sistema es por excelencia aquel en el que el Estado aniquila completamente las libertades individuales y la autonomía de la sociedad civil…” Todo Estado concentrador, absorbente, que ‘devora’ los centros externos de iniciativa individual o colectiva, conduce al totalitarismo.
“El totalitarismo -afirmaba- representa el grado último y consumado del gigantismo estatal, cuyos males sólo sufrimos aún de manera parcial en las sociedades democráticas… Con el Estado totalitario, el proceso alcanza su término absoluto: el Estado lo hace todo, y en consecuencia, no hace nada. Quiero decir que es dueño de todo, pero que no es eficaz en nada”.
El camino para superar el estatismo y el totalitarismo -creía Revel- es la defensa de la libertad y la consolidación de los sistemas democráticos. En ‘El renacimiento democrático’, aunque presagiando peligros y dificultades futuras, abrió las puertas al optimismo y la esperanza: afirmó que la democracia moderna, que estuvo muy cerca de ser destruida por el tercermundismo y los totalitarismos del siglo XX, había logrado finalmente resurgir fortalecida. “Cuando las sociedades se hunden en las tempestades y las utopías, el hombre desciende al rango de átomo impersonal… La democracia permite nacer al hombre libre, pero el hombre libre permite que la democracia dure”, concluyó.
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