Por Antonio Rodríguez Vicéns
La política está llena de ficciones y falacias, aceptadas por falta de sentido crítico y de reflexión, por comodidad o por conveniencia. ¿El triunfo electoral puede borrar que fue logrado como resultado de un proceso signado por las violaciones constitucionales y legales, el atropello a las instituciones, la burla al estatuto aprobado por el pueblo, la arrogación de funciones, la inmoral alteración de textos, la tramposa incorporación del Régimen de Transición y la abusiva propaganda realizada con recursos del Estado? ¿O, por el contrario, es prueba de una realidad que debería preocuparnos y ser analizada con seriedad y hondura: que nuestro pueblo, adulado y manipulado, carece de vocación democrática, de cultura jurídica y de una visión ética de la política?
¿El pueblo aprobó el texto de la nueva Constitución? Ese es el resultado oficial. Sin embargo, en la burda realidad, la que no sirve para discursos retóricos, ¿fue así? Creo que no. En efecto, ¿cuántos votantes habían estudiado, o simplemente leído, el texto constitucional a favor del cual votaron? Tal vez hablar de un 3% constituye una exageración. ¿Es posible apoyar -o negar- consciente y responsablemente lo que no se conoce, una Constitución cuyo contenido los votantes ignoraban e ignoran? ¿No es una falacia, en estricto apego a esa verdad, decir que los ciudadanos aprobaron la nueva Constitución? En última instancia, ¿no se ha aprovechado un mecanismo democrático para alcanzar un objetivo antidemocrático?
El pueblo -nos dicen- votó por el cambio. Estoy parcialmente de acuerdo, porque ese anhelo, difuso e inconcreto, es más negativo que positivo: se conoce lo que se rechaza (por ejemplo, las prácticas corruptas de la partidocracia, que han sido reproducidas por la ‘revolución ciudadana’), pero se desconoce qué clase de cambio se pretende. ¿Los votantes tienen conciencia del cambio que se impulsará con el nuevo texto constitucional? ¿O de que dieron paso a una mala Constitución: ambigua, incoherente y poco sistemática, contradictoria y repetitiva, con vacíos incomprensibles pese a su pretendida prolijidad y su reglamentarismo y con novelerías rayanas en la tontería y la puerilidad?
La ‘revolución ciudadana’, que se ha caracterizado por desconocer un orden jurídico que ha atropellado varias veces con desparpajo y cinismo, y que ha violado hasta el estatuto que elaboró para el funcionamiento de la Asamblea Nacional Constituyente, una vez en vigencia la nueva Constitución, ¿sufrirá una metamorfosis instantánea y milagrosa y comenzará a respetarla estricta y responsablemente? ¿O el texto constitucional, en el largo y costoso proceso que hemos padecido y que ha enfrentado entre sí a los ecuatorianos, ha sido solo el pretexto -como he señalado en numerosas ocasiones- para imponer un proyecto político autoritario y excluyente y ‘legitimar’ la dictadura correísta?
Publicado en El Comercio
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