Por Francisco Capella
Yo he construido este puente. Yo he restaurado esta obra de arte. Yo he salvado cientos de vidas." ¿A quién pueden atribuirse estas poco humildes declaraciones? ¿A algún estupendo filántropo? ¿A un superhéroe? Sería interesante conocer a alguien así, aunque pueda parecer algo chulesco presumir tanto de sus logros. Tal vez no lo haya hecho todo solo, pero le gusta resaltar su participación.
Según la publicidad del Tesoro Público, estas grandes personalidades son todos aquellos que adquieren sus productos financieros; gracias a ellos España va bien, con una economía moderna y europea. Este alarde de individualismo resulta extraño es una institución tan fundamentalmente colectivista y éticamente ilegítima como es el Tesoro Público.
Los miembros del Estado no se quedan satisfechos con el expolio permanente de riqueza que consiguen mediante los impuestos. Para poder llevar a cabo todas sus actividades populistas, necesitan además pedir dinero prestado a los ciudadanos. Una persona incauta puede tal vez pensar que su dinero está siendo bien invertido por probos funcionarios que obtendrán beneficios con los cuales devolverle su capital y los intereses correspondientes. Pero en realidad su dinero va a una caja común en la cual los políticos meten mano para financiar sus múltiples gastos, y lo que hacen los burócratas es prometer que en el futuro seguirán robando lo que haga falta (a todos, incluido el ingenuo prestamista) para pagar sus deudas pasadas (hasta que los ciudadanos se harten, digan basta y el Estado se declare en quiebra).
El Tesoro Público compite de forma desleal con las empresas que buscan financiación, dificultando la obtención de crédito a las personas realmente productivas. Los auténticos inversores son particulares que asumen riesgos y ponen sus posesiones a disposición de empresarios que llevan a cabo actividades auténticamente beneficiosas en un mercado libre. Un empresario que pide prestado necesita una reputación de eficiencia que el Estado no requiere, ya que cuenta con la fuerza de las armas, el monopolio de la emisión fraudulenta de moneda y el Boletín Oficial.
Reconozco que yo he contribuido, en contra de mi voluntad y mis preferencias particulares, con el dinero que me ha sido confiscado por la Hacienda Pública, a construir ese puente, a restaurar esa obra de arte, y a salvar cientos de vidas. Eso sí, todo ello de forma patéticamente ineficiente. Me consuelo pensando que no mantengo relaciones con el Tesoro Público.
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