Por Fabian Corral
Me pregunto -si todavía es posible preguntarse- ¿existe el pueblo como entidad, ser colectivo, realidad superior? ¿Es una ficción para legitimar el poder? Las masas, esas aglomeraciones eufóricas, ¿son el pueblo? Si así fuese, me queda la duda de que esas volátiles concentraciones, que se dispersan cuando llueve o concluye el discurso, sean la fuente de la legitimidad, el origen del poder.
Dudo que así sea y, entonces, me doy de bruces con la democracia. El hecho es que en las multitudes yo solo veo individuos que se juntan, que pierden identidad, que huyen de sus soledades en un abrazo momentáneo en que la emoción desplaza a la razón.
Me pregunto si la democracia consiste solamente en los ritos del poder, o si es algo más y mejor. Si ella es posible en el tumulto de la masa que excluye la reflexión y reduce el pensamiento a la propaganda. Si la democracia se agota en la regla de las mayorías y las minorías. Si es un modo de vida o una precaria alternativa frente a dictaduras y monarquías.
Me pregunto si la democracia se reduce a las elecciones, y si ellas sirven solo para articular sistemas de dominación. Me pregunto cuándo y cómo se distanció tanto América Latina del pensamiento liberal que dio vida a la democracia, ¿cuándo se volvió fatalidad el populismo?
Es que, al cabo de 170 años de elecciones, ilusiones fallidas, caudillos, constituciones y revoluciones, hay que preguntarse estas cosas. No hacerlo es vivir vendado los ojos, entontecido, jugando a la gallina ciega.
También me pregunto ¿por qué los intelectuales renuncian con tanta facilidad y frecuencia a sus ideas, por qué les fascina el poder si su tarea, su reto y su moral es cuestionar al poder y pensar las libertades?, ¿por qué abdican así? Es asombroso, pero innegable: de derechas o de izquierdas, los intelectuales que ascienden, con raras excepciones, legitiman y alaban lo que empezaron condenando. Algunos tienen talento para disfrazar sus renuncias, pero ellos y los demás viven una penosa falsificación.
¿El Derecho sirve para algo o es vestuario y excusa de la fuerza, herramienta de sometimiento, ‘argumento’ de la represión? ¿Los derechos individuales son concesiones graciosas del Estado o atributos irrenunciables de las personas? Me pregunto si debemos obedecer, si debemos encontrarle razones morales a los actos de poder.
Lo que me queda claro, lo incuestionable, algo que se parece a la tierra firme en este universo de dudas, es que la persona sin libertades, que admite su supresión, se transforma en siervo y carece de dignidad. Que el pueblo es una ficción que arrastra. Lo que me queda claro es que ni el interés ni el miedo ennoblecen. Al contrario, envilecen y denigran, y que la democracia es un intento de encontrarle razones y moral al Estado , al ‘ogro filantrópico’.
Publicado originalmente en El Comercio
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