Por Gabriela Calderón
Hasta 1950, la carga tributaria como porcentaje del PIB en Suecia era más baja que aquella de Alemania, Estados Unidos, Reino Unido y Francia. Era de apenas el 22%. Es precisamente durante esas décadas de baja carga tributaria (1870-1950) que Suecia era el segundo país en Europa con la tasa más alta de crecimiento promedio del PIB.
En cambio, entre 1950 y 1973, periodo en que se instauró el “modelo sueco” de intervención estatal en la provisión de servicios públicos, el crecimiento de Suecia fue el más lento de Europa Occidental con la excepción del Reino Unido. Lo mismo sucedió para el periodo entre 1973 y 1998 pero esta vez solo Suiza demostraba un peor crecimiento.
Veamos: Suecia duplicó su carga tributaria entre 1960 y 1989 (del 28% al 56% del PIB). Durante 1960 y 1980, el gasto público pasó del 31% al 60% del PIB y el empleo público como porcentaje del total de la fuerza laboral se triplicó. La adjudicación de más y más responsabilidades exclusivas del Estado sueco (léase monopolios estatales) resultaron en que el país se convirtió en “el paraíso de la producción en masa, ya sea de automóviles, viviendas, educación o salud”.
Pero el modelo era insostenible y eso se volvió dolorosamente evidente entre 1991 y 1993, periodo durante el cual se perdió medio millón de empleos y el PIB sufrió una pérdida acumulada del 6%. El gasto público se disparó al 72,4% del PIB.
Para 1960, antes de que se instaurase el Estado de Bienestar, Suecia ya era una potencia industrial con una población educada. Esa fue la base económica que le proveyó a la socialdemocracia los recursos necesarios para la implementación del Estado benefactor. De manera que, dice Rojas, “quienes predican la adopción del ‘modelo sueco’… en países sin una base material comparable, no hacen sino proponer una quimera”.
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