Por José Carlos Rodríguez
falta de que alguna estadística lo confirme, nos quedaremos con las previsiones. Este año quedará para la historia como aquél en que la mitad de la población mundial vive en ciudades.
La ciudad es uno de los hallazgos más felices de la humanidad, máxima creación de ese vivir enlazados por relaciones voluntarias y abstractas que es característico de las sociedades libres y complejas. La ciudad es el nudo de la división del trabajo, y como ésta es una de las condiciones del desarrollo, ciudad y avance social siempre han ido de la mano.
Nadie lo diría si uno visita los bustíes indios, los katchi abadis de la vecina Pakistán, o las favelas brasileñas. Según los cálculos de Naciones Unidas en 2001, unos 1.000 millones de personas vivían en estos barrios de miseria, y el número se doblaría para 2030. Las políticas seguidas habitualmente por los políticos son los desahucios forzosos y masivos. Es una forma de actuar típica de los políticos, pero que no soluciona nada. Quien se fue a buscarse la vida a un barrio bajo es porque lo necesitaba, de modo que si echan abajo las cuatro miserables paredes en que se ha refugiado, las volverá a construir ahí o en cualquier otro sitio válido.
Hay otro camino; otro sendero, como titularon su seminal libro Enrique Ghersi, Mario Ghibellini, y Hernando de Soto. Ese sendero es el de los derechos de propiedad, y lo ha puesto en marcha el que prometía ser uno de los líderes de la nueva oleada socialista en Iberoamérica: Luiz Inacio Lula da Silva. En una de sus medidas primeras y más señeras, Lula puso en marcha un plan para reconocer derechos de propiedad sobre las favelas.
"Bueno, la diferencia es que ahora habrá un papelito que, simplemente, dice que es suyo", me rebatió un amigo mío a mi entusiasmo por la medida del líder brasileño. La diferencia es un papel, sí, pero también el proceso social que se desencadena con el reconocimiento de ese derecho. ¿Quién invertiría en una casa, por muy miserable que fuese, si no tiene el respaldo del derecho para hacerla suya? ¿Para qué mejorarla si cualquiera más fuerte que yo puede quedársela?
Es más, con todo lo pequeña y miserable que pueda ser una favela, una vez reconocida por el derecho, se puede comprar y vender con seguridad. Adquiere un valor de mercado. Y contra ese valor se puede pedir un crédito al banco, un dinero modesto pero quizás suficiente para hacer mejoras en ella, o para financiar un pequeño negocio; una furgoneta, un local...
Los que sólo se fíen de lo que ven, como Santo Tomás, que acudan al ejemplo de la Gran Bretaña salvada por Margaret Thatcher. Decenas y decenas de miles de trabajadores británicos vivían desde hacía años en unas casas que, a los ojos de todos, eran absolutamente indignas. No costaban apenas nada, un pequeño alquiler a cambio de vivir en estas viviendas, que eran de titularidad pública. Por un poco más de dinero el Gobierno de Thatcher les ofreció la posibilidad de comprarlas. Lo hicieron en masa. Y, como por ensalmo, aquellas casas parecieron revivir, mejoradas y acicaladas por sus nuevos propietarios.
Claro, que también los hay a quienes no les vale ni lo que está ante sus ojos. Esos no tienen remedio.
Artículo publicado en Instituto Juan de Mariana
2 comments:
No miremos muy lejos, lo mismo viene haciendo el M.I. Municipio de Guayaquil desde hace un par de años.
¿Es decir que estás a favor de la legalización de los discos piratas propuesta por el gobienro?
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