La arquitectura de un país es evidencia del estado de su sociedad. Las grandes obras arquitectónicas de Víctor Horta en Bruselas, que nuestro presidente debe conocer bien, así como los edificios universitarios de Nathan Clifford Ricker en la Universidad de Illinois y, un poco más allá, en Chicago, las grandes obras de Mies van der Rohe y Frank Lloyd Wright, fueron proyectadas con un elemento básico en el diseño perdurable: El ego del arquitecto. Ellos diseñaban y construían edificios que estaban pensados para durar para siempre. Y, ya casi 100 años después, admiramos aún las obras de Horta o Wright por completas y ecuánimes.
El Federalista: la cosa esta arriba que me atreví a presentar es una de las estructuras del complejo Ciudad Alfaro. Fea como la guerra, refleja el estado de cosas como dice Jaime Izurieta en su artículo. A mi me parecen esqueletos de dinosaurios a medio desenterrar y una babosa gigante. El galpón donde se realizan las reuniones de la Asamblea, es eso, un galpón sin personalidad que lo mismo serviría para una convención de gordas como para alojar una feria ganadera.
De mal gusto como todo lo que ha vivido el país durante años aunque acentuado en el último, yo diría que esta obra es a la arquitectura como lo es el reggaetón a la música. Si me preguntan me gustan obras como la Catedral de San Marcos en Venecia, el Den Nationale Scene en Noruega, la Casa de la Opera de Budapest o el Templo de Atenea Nike, acaso lo más apropiado -si se pudiese elegir- sería este último siendo Atenea la diosa de la sabiduría, la guerra justa, la estrategia y las instituciones políticas. Y que no me digan que no se puede, porque es mas, los americanos hicieron en Tennessee una copia exacta.
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