Joseph Stiglitz es uno de esos receptores del premio Nobel que desprestigia al galardón. En realidad, el primer receptor de este Premio del Banco de Suecia en honor a Alfredo Nobel (para ser precisos) fue Paul Samuelson, célebre entre otras cosas por su empecinada defensa de a) los bienes “públicos” (que si el Estado no provee, decía, nadie proveerá) y de b) la economía soviética como superior a las occidentales. Samuelson fue ampliamente refutado por la realidad y por muchísimos colegas, entre ellos Ronald Coase que demostró que los faros ingleses (clásico ejemplo de Samuelson) fueron en realidad de propiedad y gestión privada antes de ser nacionalizados ya bien entrado el siglo XIX. Otra refutación vergonzosa fue la que le propinó Ludwig von Mises demostrando que en ausencia de precios libremente formados gracias a la propiedad privada de los medios de producción (bienes de capital), es imposible asignar los recursos eficazmente en una economía. El propio Kruschev diría en su momento: “Cuando todo el globo sea socialista Suiza va a tener que seguir siendo capitalista, para que podamos saber los precios de las cosas”. Así, el desconocimiento de la historia, de la teoría económica más centrada en la acción humana y menos en las fórmulas matemáticas, y de la sencilla verdad del retraso en la calidad de vida soviética, llevaron a Samuelson a sacar pésimas conclusiones.
Stiglitz por su parte, ha demostrado una portentosa incapacidad para entender que el neomercantilismo (bancos centrales nacionales, Bretton Woods, FMI, Banco Mundial, OMC, et al.) o intervencionismo a secas, no es si no un lastre a la globalización y que ésta se dio de forma mucho más profunda y libre antes de la Primera Guerra Mundial, pues la hizo la gente sin intervención estatal ni paraestatal. Pero ocurre que además Stiglitz no comprende la naturaleza más elemental del intercambio: ambas partes esperan ex ante estar mejor que de no intercambiar, y por su propio interés buscarán minimizar la posibilidad de equivocarse. Por eso es un digno sucesor de Samuelson, de Keynes, Friedrich List y otros mercantilistas. Su fijación materialista con el dinero les impidió e impide intuir siquiera el rol que juegan los intermediarios, especuladores, bolsas de valores, y sobre todo, el propio intercambio entre desiguales (es decir, todo intercambio). Si la realidad enseña que cada vez más países –y mientras más globalizados, mejor- añaden valor agregado a su producción y abandonan la de materias primas, los neomercantilistas siguen demandando barreras arancelarias. En realidad los países más abiertos al mundo son los que cosechan los frutos del ahorro disponible internacionalmente en forma de inversión extranjera de varios tipos, a través de competencia y otros revulsivos que alientan el emprendimiento local y al mismo tiempo en calidad de consumidores, sus habitantes aprovechan el proceso por todos sus lados. Pero el neomercantilismo se niega a reconocer que la esfera de lo “macro” es apenas la suma de las esferas de lo “micro”, y quiere dirigir tanto el proceso como los resultados, para salvarnos de cualquier posibilidad de éxito local o internacional. Es por eso que cuando Stiglitz le recomienda al Estado ecuatoriano expandirse y no firmar un TLC con los EEUU bajo la idea de que EEUU es el más –o el único- beneficiario, no cabe si no sorprenderse. Es como si en un pueblo o una región, no quisieramos asociarnos con los más prósperos, porque eso nos empobrece. Como decir que entre pobres andamos mejor. Es decir que porque aún hay subsidios agricolas en EEUU no deberiamos aprovechar unilateralmente las oportunidades de complementarse, exportar a ese mercado y a otros porque se “van a aprovechar de nosotros”. Lo siento, Sr. Stiglitz, el comercio debe liberarse por principio, porque ni usted ni yo tenemos potestad alguna sobre con quién decidan mis compatriotas comerciar. Ni porque usted lo diga van a querer exportar a otros mercados menos atractivos, estables y dinámicos que los EEUU. No son tan tontos como usted y otros piensan. Ya sabrán ellos relacionarse con inversionistas, compradores y vendedores de productos y de empresas locales. Lo que se viene con aperturas parciales como un estatista TLC, son oportunidades en realidad. Deje de ver monstruos donde hay molinos de viento, deje de ver conspiraciones donde hay autointerés de ambas partes. Hágase y háganos un favor: deje por un momento a Samuelson, Chomsky y List, para encontrarse por primera vez con Mises, Reisman y Rothbard y entender cómo funciona una economía sin instituciones intervencionistas como aquella que usted presidió. Y no le caería mal tampoco una lectura de Norberg y Sala-i-Martin, y así entender los beneficios para los pobres sobre todo del lamentablemente parcial y maniatado, capitalismo global.
Stiglitz por su parte, ha demostrado una portentosa incapacidad para entender que el neomercantilismo (bancos centrales nacionales, Bretton Woods, FMI, Banco Mundial, OMC, et al.) o intervencionismo a secas, no es si no un lastre a la globalización y que ésta se dio de forma mucho más profunda y libre antes de la Primera Guerra Mundial, pues la hizo la gente sin intervención estatal ni paraestatal. Pero ocurre que además Stiglitz no comprende la naturaleza más elemental del intercambio: ambas partes esperan ex ante estar mejor que de no intercambiar, y por su propio interés buscarán minimizar la posibilidad de equivocarse. Por eso es un digno sucesor de Samuelson, de Keynes, Friedrich List y otros mercantilistas. Su fijación materialista con el dinero les impidió e impide intuir siquiera el rol que juegan los intermediarios, especuladores, bolsas de valores, y sobre todo, el propio intercambio entre desiguales (es decir, todo intercambio). Si la realidad enseña que cada vez más países –y mientras más globalizados, mejor- añaden valor agregado a su producción y abandonan la de materias primas, los neomercantilistas siguen demandando barreras arancelarias. En realidad los países más abiertos al mundo son los que cosechan los frutos del ahorro disponible internacionalmente en forma de inversión extranjera de varios tipos, a través de competencia y otros revulsivos que alientan el emprendimiento local y al mismo tiempo en calidad de consumidores, sus habitantes aprovechan el proceso por todos sus lados. Pero el neomercantilismo se niega a reconocer que la esfera de lo “macro” es apenas la suma de las esferas de lo “micro”, y quiere dirigir tanto el proceso como los resultados, para salvarnos de cualquier posibilidad de éxito local o internacional. Es por eso que cuando Stiglitz le recomienda al Estado ecuatoriano expandirse y no firmar un TLC con los EEUU bajo la idea de que EEUU es el más –o el único- beneficiario, no cabe si no sorprenderse. Es como si en un pueblo o una región, no quisieramos asociarnos con los más prósperos, porque eso nos empobrece. Como decir que entre pobres andamos mejor. Es decir que porque aún hay subsidios agricolas en EEUU no deberiamos aprovechar unilateralmente las oportunidades de complementarse, exportar a ese mercado y a otros porque se “van a aprovechar de nosotros”. Lo siento, Sr. Stiglitz, el comercio debe liberarse por principio, porque ni usted ni yo tenemos potestad alguna sobre con quién decidan mis compatriotas comerciar. Ni porque usted lo diga van a querer exportar a otros mercados menos atractivos, estables y dinámicos que los EEUU. No son tan tontos como usted y otros piensan. Ya sabrán ellos relacionarse con inversionistas, compradores y vendedores de productos y de empresas locales. Lo que se viene con aperturas parciales como un estatista TLC, son oportunidades en realidad. Deje de ver monstruos donde hay molinos de viento, deje de ver conspiraciones donde hay autointerés de ambas partes. Hágase y háganos un favor: deje por un momento a Samuelson, Chomsky y List, para encontrarse por primera vez con Mises, Reisman y Rothbard y entender cómo funciona una economía sin instituciones intervencionistas como aquella que usted presidió. Y no le caería mal tampoco una lectura de Norberg y Sala-i-Martin, y así entender los beneficios para los pobres sobre todo del lamentablemente parcial y maniatado, capitalismo global.
A Stiglitz no le preocupa que el TLC no tenga tanto de libre comercio como su nombre indica si no que le parece demasiado. Lo que en realidad sería demasiado, es que a ese renegado de la burocracia internacional, le terminaramos haciendo caso.
1 comment:
¿No hay que escribir todos los días para ser diario?
Post a Comment