Los incautos y los casi inteligentes se sienten satisfechos y creen estar bien enterados acerca de los lamentables sucesos del jueves 30 de septiembre pasado. Les bastó ver y oír la cadena nacional de radio y TV ordenada por el Gobierno para entender y tragarse todo esa ridícula representación que terminó en tragedia.
Para la población inteligente, esto fue un insulto. Un insulto trágico.
Jamás se ha visto que un secuestrado camine lentamente y casi en solitario al lugar del secuestro y que, allí, le brinden preferenciales atenciones para mejorar su estado de salud. Tampoco se conoce de alguien que, estando secuestrado, continúe recibiendo visitas de alto nivel y dando órdenes presenciales a sus subalternos, concediendo entrevistas -vía telefónica- a la prensa nacional y a la internacional, firmando decretos de emergencia y convocando al mundo para que se lo salve. No se conoce de secuestrador o secuestradores que no hayan pedido algo (poco o mucho) a cambio de devolver sana y salva a su víctima. Nunca se ha sabido de rescatadores inteligentes que no hayan agotado primero todos los medios pacíficos para evitar desenlaces fatales. Y algo más increíble aún: por una sola vez, he visto a un secuestrado contemplar desde un balcón preferencial y sentado cómodamente en una silla de ruedas, cual si fuera emperador romano, cómo se estaban matando por él sus "secuestradores" y "salvadores".
En todo esto, no hubo ni una sola voz, ni nacional ni internacional, que haya dicho: "¡BASTA DE TANTA TRAMOYA! ¡NO SE MATEN ENTRE HERMANOS!".
Tampoco pude imaginarme que entre los hombres importantes de América Latina y el mundo haya tantos insulsos hembras inmediáticos para comer cuentos y listos a prestarse para lo que la clientela pida.
"Aquí están sólo mil de los 42 mil hombres que tiene la Policía Nacional (2,5 por ciento)... No representan a nadie", dijo a los sublevados el ilustre y aturdido presidente que pedía a gritos que lo maten... y nadie le obedeció.
"Aquí están sólo mil quinientos de los dos millones de ciudadanos quiteños... Eso es una lágrima, apenas un insignificante y ridículo menos del uno por mil", comentó un comedido matemático al referirse a esa pequeña masa que respaldó al "secuestrado" y que pedía que no lo maten...
Y es que nadie quiso tenerlo ni de visita, peor matarlo. ¿Para qué?
El rescate del intransigente seudo-secuestrado fue trágico, violento, sanguinario, lamentable y deja profundas cicatrices. También, mucha tristeza y mucha vergüenza de saber y comprobar una vez más que el país está gobernado por un showman impredecible y peligroso.
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